Más que la caída de Barcelona a
manos de Felipe V en 1714 parece que el 11 de Septiembre en la celebración de
la Diada los separatistas catalanes rememoraran la jornada más bochornosa de la
historia de España.
Tan nefasto hecho aconteció en
1814 cuando, a la vuelta del destierro de Fernando VII “el rey felón”, una
parte del pueblo español, abjurando de su condición de ciudadanos ganada con la Constitución de Cádiz volvió a reclamar
la de súbditos, cuando desenganchando los caballos de su carroza y
sustituyéndolos, tiraron de ella.
Nace la similitud de ambos actos
en que la asunción y exaltación que se pretende hacer en la Diada de la
consulta ilegal del 1 de Octubre supone la derogación del concepto nación como
plasmación de la soberanía popular frente al absolutismo de un gobierno o una
asamblea autonómica que incumplen las normas que se autoimpusieron como límite
a la tiranía, la existencia de un patrimonio nacional frente a la rapiña de los
Pujol y el 3%, etc.
Al igual que un ataque a la
nación española, los separatistas que hoy se manifiesten en la Diada pareciera
que se encaminan satisfechos hacia la desaparición del liberalismo político,
única doctrina política que tiene como eje la libertad y autonomía de
ciudadano, las libertades civiles, económicas y se opone al absolutismo, al
despotismo ilustrado, a los sistemas autoritarios, dictatoriales y
totalitarios.
Y oponerse al liberalismo
político es tanto como hacerlo al Estado de derecho, a la democracia
participativa y división de poderes que con sus salvaguardas impide que
cualquiera de ellos derive en autoritario y someta al ciudadano español a la
condición de súbdito.
Pues bien pese a que resulte duro
admitirlo hoy se puede afirmar que un número significativo, puede que no
mayoritario, pero si numeroso, de españoles que viven en Cataluña están
predispuestos, como lo hicieron sus antepasados en aquella funesta ocasión de 1814, a adjurar de los derechos que les son propios
por su condición de personas libres y entregarse en manos del “príncipe” que de
manera arbitraria y sin más límite que su capricho, el cumplimiento de su
voluntad, gobernará sobre sus vidas y haciendas sin ley alguna ante la que
someterse pues no estar sujeto al imperio de una ley que sea conocida por
todos, aplicable a todos en condiciones de igualdad y que encuentre en un
cuerpo de jueces independientes su salvaguarda.
Y aunque sea doloroso reconocerlo
no cabe negar esta posibilidad cuando habiendo sido testigos del autoritarismo,
el despotismo y el desprecio en el cumplimiento de las leyes, de la falta de respeto a
las minorías que han ejercido la presidenta de la asamblea autonómica catalana,
el gobierno autonómico y los grupos políticos que lo sustentan, miles de
catalanes se han echado a la calle a apoyar con su presencia tal desatino sin
siquiera tener la decencia de echar de la cabecera de la manifestación al
portavoz de los asesinos de ciudadanos como ellos que vieron truncadas sus
vidas en atentados como el de Hipercor o asesinatos selectivos como el de
Ernest Lluch.
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